domingo, 15 de julio de 2012

Úndécimo capítulo:


De camino al banco

Me despierto, miro al blanco techo, la luz entra por la ventana, los bonitos y primeros rayos de sol del verano se cuelan por mi estor azúl, provocando un despertar de lo más feliz. Me froto los ojos, y antes de lo que me hubiera gustado empiezo a recordar que Jon y yo ya no estamos juntos. Lo feliz que parecía el día, comienza a entristecerse. No pierdo ni un minuto más recordando el pasado, me levanto y cojo un vestido blanco de mi perchero. Lo coloco encima de la cama como de costumbre, saco ropa interior del cajón y me visto. El vestido es una monada, de manga corta con el cuello de bebé entallado hasta la cintura, y de pronto le sale un vuelo gigante, además es minifaldero. Lo combino con unas sandalias planas color cobre de muchas tiras. El pelo me lo coloco hacia un lado y lo rizo un poco.
Me dispongo a salir a la calle para ingresar el dinero del alquiler en el banco, y de paso consultar unas dudas de las asignaturas de la carrera, pero no sin antes echarme mi colonia preferida de vainilla, ya sabéis todas que utilizo la colonida de Yves Rocher desde que tengo catorce años.
Bajo las escaleras blancas de mi portal, empiezo a andar por la calle, hace un día precioso. Veo a los niños en sus carros felices, siendo paseados por sus madres, padres o abuelas. Los niños están felices es verano.
Pienso en lo mucho que me hubiera gustado formar una familia con Jon, y rápido se me va de la mente, intento hacerme la dura, mantenerme distraída con otras cosas para no pensar en Jon, sigo destrozada.
Cuando estoy a punto de cruzar el paso de cebra para acceder a la acera de enfrente donde se encuentra el banco, de repente un ruido muy grave de un tubo de escape hace que gire mi cabeza. Es la moto de Mario, pensé. En efecto, lo era. Mario pasó a toda velocidad con su moto rápido como el viento, el pelo se le iba hacia detrás de la velocidad, se le veían aún más esos preciosos y animados ojos verdes, tenía los labios gruesos y sonrojados, serio como lo conocí la primera vez, y con esa mirada que aún me seguía diciendo mi subsconsciente que era diferente, era especial.
El rápido viento que originaba con su moto hizo que se me levantará el vestido blanco igua que a Marilyn Monroe. Mario no me había visto, hasta que grité cuando se me levantó el vestido: -Eee!!
Él simplemente miró hacia detrás al oír el grito, se echó a reir con esa sonrisa tan pilla que tiene y siguió conduciendo.
No podía explicar porque, pero yo también me eché a reír. La gente que había visto como se me levantó el vestido también reía,
Y cuando se puso el semáforo de peatones en blanco crucé el paso de cebra que aún no me habían dejado cruzar y entré al banco.





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